Cavó zanjas, fue patovica en diferentes clubes nocturnos, stripper, guardaespaldas de celebridades. De a poco, con cada uno de esos trabajos, fue acercándose a Hollywood. Él quería ser actor, quería ser famoso. Lo consiguió cuando ya muchos de los que lo rodeaban pensaban que era imposible. Su sueño, sin embargo, duró poco.
Hace 25 se estrenaba la película Milagros Inesperados (The Green Mile), dirigida por Frank Darabont y protagonizada por Tom Hanks. El guion provino de una adaptación de una novela de Stephen King. La historia es conmovedora. Un hombre de color condenado a muerte por la violación y asesinato de jóvenes blancas. Pero él no cometió el crimen. El hombre, John Coffey, tiene poderes sobrenaturales, sana a la gente, absorbe sus dolores y enfermedades. Vemos todo a través de los ojos de un guardiacárcel bueno y comprensible encarnado por Tom Hanks.
El actor que interpretó a John Coffey no era conocido hasta ese momento. Había tenido alguna participación en un par de películas y no mucho más. A partir de Milagros Inesperados, y de este papel consagratorio, Michael Clarke Duncan tuvo reconocimiento y mucho trabajo. Fue nominado al Oscar y al Globo de Oro y las ofertas de los productores comenzaron a lloverle. Pero su carrera fue breve. Muy breve. En 2012 murió por complicaciones cardíacas.
Michael Clarke Duncan nació el 10 de diciembre de 1957. No tuvo una infancia feliz en Chicago. Su padre los abandonó y la madre debía trabajar todo el día limpiando casas para mantener a sus dos hijos. Desamparo y necesidades.
Michael creció muy pronto y su físico desde la primera adolescencia fue imponente. Se destacó en el básquet colegial y comenzó a jugar al fútbol americano. Uno de sus primeros entrenadores le auguró un futuro en la NFL, en los Chicago Bears. Sin embargo, su madre le prohibió jugar fútbol americano porque lo consideraba muy riesgoso para su físico. Para compensar esa pérdida, Michael se anotó en un curso de actuación.
Su madre era una mujer de mucho carácter. Una tarde Michael quiso ingresar a la banda de sus barrio integrada por jóvenes pandilleros unos años más grandes que él. Cuando solicitó que lo aceptaran, Michael debió soportar una paliza grupal por más de 20 minutos: un rito de iniciación. Después tiñeron de rojo un mechón de su pelo, la marca de pertenencia a la pandilla. Al llegar a su casa encontró a su madre preparando la cena. La mujer al ver los pelos teñidos le preguntó cuál era el motivo de ese mechón. Michael dio vueltas e inventó excusas hasta que reveló la verdad. La mujer siguió cocinando durante unos segundos, después giró y le pegó a su hijo un sartenazo en la cabeza. Luego volvió a colocar la sartén sobre la hornalla, siguió revolviendo la comida y ordenó a Michael que tomara una tijera, se cortara el mechón teñido y fuera a informarles a sus nuevos amigos que ya no pertenecía a la pandilla. Michael cumplió cada paso. Al comunicar su desvinculación, volvió a recibir otra paliza de sus efímeros ex compañeros hampones durante 20 minutos.
Fue a la universidad para estudiar artes escénicas pero a los pocos meses debió dejar los estudios y volver a su ciudad porque su madre enfermó. Se puso a trabajar para mantener a su hermana y poder afrontar los gastos médicos de su mamá. Lo contrataron para cavar zanjas en explotaciones petroleras. Muy rápidamente sus compañeros le pusieron un apodo: Hollywood. Se debió a que Michael mientras hundía la pala en la tierra decía al resto, les gritaba, que él muy pronto dejaría ese lugar, que él sería una gran estrella de cine, que triunfaría en Hollywood. Sus compañeros de trabajo se reían.
Al poco tiempo fue contratado para oficiar de patovica en diversos clubes nocturnos. Su tamaño imponente persuadía a los borrachos y díscolos: cuando él se ponía en la puerta nadie intentaba colarse. Allí conoció a varias celebridades. A todas les pedía una oportunidad para mostrarse, que le dieran una pequeña participación en una película o en una serie de televisión. En otro tipo de clubes nocturnos hizo de stripper. Después se dedicó a ser guardaespaldas. Muy pronto se especializó en cuidar estrellas. Entre sus clientes estuvieron Bruce Willis, Tom Cruise, John Travolta y varios ídolos de la música. Una noche a principios de 1997 le asignaron cuidar a Notorious Big. Esa noche el célebre rapero fue asesinado a balazos. Michael dejó para siempre el oficio de guardaespaldas.
De a poco consiguió algunos bolos y papeles menores. Con persistencia y simpatía. Las primeras propuestas lo ubicaban siempre en los mismos roles: matón, golpeador a sueldo. Un typecasting inevitable teniendo en cuenta su físico enorme. La primera gran chance vino en un papel pequeño pero eficaz en un gran blockbuster, Armagedón. Allí fue El Oso, un operario de una plataforma petrolera que arriesga su vida para detener el meteorito. Esa película le cambiaría la vida. No sólo por su repercusión. En el rodaje entabló amistad con Bruce Willis. A Willis, en esos años, le llegaban decenas de guiones por mes. En uno de los que rechazó le pareció encontrar un papel ideal para su nuevo amigo Michael Clarke Duncan. Habló con Frank Darabont, el director del proyecto, y le pidió que lo tuviera en cuenta. Apenas ingresó a la sala de donde se realizaban las audiciones, los responsables de Milagros Inesperados supieron que habían encontrado al actor ideal para encarnar a John Coffey. Enorme, de casi dos metros de altura y 140 kilos de peso, mirada vivaz y una sonrisa indescifrable. Su voz de barítono, impresionaba por sus colores, parecía salida de una tuba. Tenía la contundencia y la ternura que ellos necesitaban, que estaban perdiendo las esperanzas de encontrar.
La película fue un éxito enorme y también tuvo su buena cosecha de nominaciones en la temporada de premios. Para Michael las nominaciones al Globo de Oro y al Oscar fueron emocionantes y consagratorias. Fue el único integrante del elenco nominado. En su categoría la estatuilla se la llevó Michael Caine. Pero no importó. Era el nuevo nombre de Hollywood, el que todos querían tener en sus proyectos.
En esos días seguramente Michael pensó en los otros hombres que cavaban zanjas junto, en cómo se reían, en la humillación que sentía cada vez que tenía que desnudarse para que unas mujeres que celebraban un divorcio le pusieran unos dólares en el elástico de la zunga.
Disfrutaba de la fama. Se paraba a saludar a sus fans, se sacaba fotos, firmaba autógrafos. Llevaba en sus bolsillos muchos billetes de 5 dólares. Cuando alguien lo paraba por la calle le daba uno de esos billetes a quien pudiera decir correctamente su nombre completo.
Actuó en muchas otras películas como El Planeta de los Simios, Sin City o Daredevil para la que tuvo que aumentar más de 30 kilos. También realizó participaciones especiales en series como Bones o Two and a Half Men. Mientras tanto él buscaba un gran rol protagónico que no llegaba, solían considerarlo como un buen complemento en elencos numerosos. De todas maneras no se quejaba, creía que esa posibilidad esteba por arribar con el siguiente guion que le enviaran. Ya había logrado escalar mucho más de lo que muchos hubieran creído.
En 2010 mientras hacía las compras, en uno de los pasillos del supermercado se cruzó con Omarosa Manigault, o simplemente Omarosa. Hicieron lo que suelen hacer todas las celebridades: se saludaron como si se conocieran. Hablaron un rato e intercambiaron teléfonos. A las pocas semanas comenzaron a salir. El noviazgo duró hasta la muerte de Michael.
Omarosa era una mediática de alto impacto, carne de reality. Había surgido en El Aprendiz, el programa con Donald Trump y después había continuado su carrera en Gran Hermano y en otra edición de El Aprendiz pero de celebridades (a esa altura ella ya era indiscutiblemente una de ellas). De personalidad fuerte, con vocación para no pasar inadvertida, eligió el papel de villana cada vez que pudo. Disfrutaba siendo odiada por el público y descubrió que esa era la forma de ser recordada. Luego fue asesora de Trump mientras fue presidente y en los últimos tiempos cambió de bando y apoyó con firmeza la candidatura de Kamala Harris.
El 13 de julio de 2012, Michael y Omarosa dormían juntos. Según la versión de ella en un momento percibió la que la respiración de su novio era diferente, más pesada y trabajosa que lo normal. Cuando quiso despertarlo no pudo. Llamó al 911 y le realizó maniobras de reanimación. La ambulancia arribó con celeridad. Michael llegó al hospital en muy mal estado, las esperanzas de vida eran escasas. Permaneció en unidad coronaria más de tres semanas. Después fue pasado a otro sector gracias a las paulatinas mejoras. Sin embargo, el 3 de septiembre cuando estaba por cumplir dos meses de internación otra crisis cardíaca le provocó la muerte. Michael Clarke Duncan tenía 54 años. La noticia provocó conmoción porque era un actor con una carrera por desarrollar, todavía tenía mucho potencial y proyectos por encarar.
Una vez pasado el shock y el dolor inicial, hubo lugar para el escándalo. La familia de Michael y Omarosa se enfrentaron con dureza. Y en ese terreno, el de la confrontación mediática, Omarosa sacaba ventaja. También es cierto que su (mala) fama estaba asentada, era algo que el público daba por descontada. Su personaje mediático había sido construido desde la virulencia, la ventaja, la inclemencia. Los señalamientos sobre su persona se volvieron más que verosímiles para el gran público, que la había conocido generando escándalos en los reality shows.
La familia del actor la acusó de haber aprovechado el frágil estado de Michael para hacerle firmar un nuevo testamento en el que dejaba todo su dinero y propiedades a ella. Sólo en efectivo el actor tenía 8 millones de dólares. Aparecieron en internet varias pertenencias de Michael que habían sido vendidas mientras atravesaba la internación final. Algún premio, la silla de filmación de Milagros Inesperados, vestuario de la película Armagedón, relojes caros. Se supo que Omarosa había cobrado por esas pertenencias.
Poco después de la muerte del actor, la mujer publicó en sus redes la imagen de un anillo. Según ella era el anillo de compromiso que él le había regalado unas semanas antes del colapso. Sin embargo la hermana de Michael afirma que ella nunca tuvo esa pieza en sus dedos mientras él vivía, que lo adquirió posteriormente solo para generar la idea de que ellos se iban a casar.
Hubo las discusiones de siempre, sólo que esa vez se magnificaron a través de los sitios de chimentos de Hollywood y los diarios sensacionalistas: una pelea por ver quién había estado más tiempo al lado del convaleciente. Se supo que Omarosa no dejó entrar al hospital a un viejo amor de Michael. La familia fue por más. Plantó sospechas sobre el papel de Omarosa en la crisis cardíaca inicial y una sobrina aseguró que la mediática no cuidaba al actor. Dudan también de que haya llamado a tiempo al 911 ya que la grabación nunca fue encontrada. La última acusación: la hermana y la sobrina del actor sostuvieron que él destinaba una suma mensual para ayudar en los gastos de cuidado de su madre que padecía Alzheimer. Omarosa cortó de inmediato esas transferencias al apropiarse legalmente de su patrimonio.
La carrera de Michael Clarke Duncan fue fugaz. Le bastó para tener un papel soñado, inolvidable: el del gigante amable con poderes extraordinarios condenado injustamente a la silla eléctrica que en el momento de enfrentar la muerte le pide al carcelero amable y compasivo que no le tape la cabeza porque la oscuridad le da miedo.